MIRADAS
Romper los espejos no ha
servido de nada. Es más, ha empeorado las cosas. La mirada de la persona que
nunca quise ser se ha reproducido en cada pedazo de cristal. Uno me trae los
ojos del abuelo cargados de tristeza el día que me estrellé con la moto y di
positivo en el test de drogas y alcoholemia. También están los ojos de la yaya
—incrédulos— mirándome cuando me sorprendió hurtando unos billetes en la
cartera de su hija. Y la mirada de ella encubriéndome, intentado ahorrarle ese
dolor: “hijo, coge el dinero que te prometí”, mintió acariciando mi rostro con
una manos temblorosas como pájaros desnudos y tan frías que casi me hacen
llagas. Y qué decir de la mirada que me espolea y me penetra como ninguna… La de
los ojos de padre, cargada de una culpa que no le corresponde, porque él no me
enseñó a odiar. Pero la que más me duele es la del animal acorralado por la
vergüenza que, rendido, me empuja hacia
al camino sin retorno que se abisma desde la azotea.
Este relato ha recibido una mención en ENTC con el tema la vergüenza, podéis leer el resto de finalistas y ganadores, pinchando aquí
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