sábado, 25 de diciembre de 2021

"EL HALLAZGO" publicado en la edición nº 13 de "CONTAMOS LA NAVIDAD" titulada: FIESTA


Esta maravilla de portada ha sido realizada por la prestigiosa ilustradora: Rosana Largo.

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Mi relato va acompañado de la siguiente ilustración realizada por Ana Díaz, me encanta, vaya mi gratitud para ella, desde aquí:



"EL HALLAZGO"

De un tiempo a esta parte la abuela está rara. Ella, que siempre sabe dónde
está todo, extravía las cosas y ha empezado a hablar con el abuelo como si
estuviera vivo. Le dice que se tome las pastillas. Que se abrigue. Le riñe por
comer demasiado y por las tardes, sentada frente al sofá orejero que usaba él,
desgrana recuerdos mientras le teje una bufanda interminable con restos de
lana y nostalgia. Las dimensiones de la prenda crecen y aún no se adivina el
vacío en la cesta. Pero mejor así, qué más da —dice mamá— mientras esté
ocupada… Así que no la sacamos de su ensoñación no vuelva a llorarlo
llenando de ruiditos y humedad toda la casa, como hizo cuando nos dejó.
Lo que todos deseamos es que sea feliz, aunque para ello la bufanda tenga
que medir tres metros y el sitio del abuelo sea intocable. Por eso lo dejamos
estar. Hasta que ha pasado algo más serio.
Ella es la encargada de montar la Navidad en casa. Sacar el árbol. Comprar los
adornos. Colocar el belén con un niño que renueva en cada celebración.
Confeccionar los menús y la lista de invitados, haciendo todo lo posible para
que en la mesa haya un número par de comensales. Porque es otra de sus
obsesiones, respeta toda clase de supersticiones y ritos, por eso nos preocupa
el momento del beso debajo del muérdago, tememos que se dé cuenta de que
el abuelo no está y empiece otra vez con su llantina, ahora que ya hemos
cambiado la moqueta y la ropa de cama que su abundante llanto estropeó.
Pero por desgracia no ocurrió nada de eso. Llegó el veinticuatro de diciembre y
la mesa no estaba engalanada con el mantel de lino bordado en rojo y oro,
sobre ella no había ningún pavo relleno y la cubertería de las fiestas, la buena,
no lucía en la mesa ni para un número par ni impar de comensales. No
recibimos tampoco las visitas de los tíos ni de los primos. Quizá, como se
acuesta cada vez más pronto, se olvidó. Mañana será diferente —la
disculpamos—. Pero el día de Navidad seguía igual, reprendiendo al abuelo
por nimiedades mientras preparaba el desayuno. En Nochevieja no estrenamos
ropa interior roja ni hubo brindis con champán, con la decepción nos fuimos a la
cama sin esperar a las campanadas.
Estábamos consternados. Raros. Sin atrevernos a mirarnos directamente a los
ojos. Como si todos tuviésemos un poco de culpa por lo que estaba pasando.
Mamá se distraía buscando en su libro de cocina recetas navideñas sin dejar
de suspirar, agobiada porque no encontraba ninguna, asegurando que habían
desaparecido de su recetario.

Papá jugaba con los gemelos que, malhumorados, renegaban de sus juguetes
como si presintieran que era el momento de recibir unos nuevos.
Fue eso lo que me hizo reaccionar. No podía privar a mis hermanos pequeños
de la ilusión. Así que, siguiendo un impulso, entré al cuarto de la abuela
mientras ella trenzaba colores con fruición, concentrada en el toc-toc del
choque de las agujas, ajena a todo lo demás.
Miré debajo de la cama. En el altillo. Entre sus batas y sus zapatillas de felpa…
¿Qué esperaba encontrar? Desanimado empecé a inspeccionar los numerosos
compartimentos de la cómoda. Fue allí donde la hallé, en el último cajón,
apelotonada entre sus pañuelos, rodeada de bolas de alcanfor. Allí, muy
quieta, estaba nuestra Navidad. La tomé con cuidado y se la llevé a mamá que
siempre sabe qué hacer con todo lo que se estropea y, aunque estaba un poco
maltrecha y olía un poco fuerte, fue tomar contacto con el aire y empezamos a
notar cambios. Las recetas volvieron al libro de cocina, por la ventana que da al
patio de luces se colaron acordes de villancicos y los gemelos empezaron a
hablar a la vez, exigiendo a coro lápiz y papel para escribir una carta con
destino a Oriente.
Desde la sala nos llegó la voz gruñona de la yaya reprendiento a su marido por
llevar puesta la bata, urgiéndole a ponerse el traje, que esas no son formas de
recibir el año nuevo.

Con este relato he participado en la edición nº 13 del proyecto CONTAMOS LA NAVIDAD.




Puede ser una imagen de 7 personas y al aire libre


Esta edición estuvo dedicada a la escritora leonesa Elena Santiago, la presentación del libro se realizó en el ILC y la prensa se hizo eco de ello. Fue muy emocionante recordar a una grande de las letras leonesas.



El proyecto es coordinado por José Ignacio García y ha sido destacado con el premio de reconocimiento cultural: "La armonía de las letras 2015"








 

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