Mis inicios en la pesca no han
sido fáciles. Me pasé tardes enteras mirando el río durante horas sin que mi
caña diera muestra de movimiento alguno. Paciencia, me pedía padre. Sin
paciencia no hay pescador.
Pensé que quizá estaba
buscando en aguas equivocadas y, sin decirle nada, probé con otros anzuelos en
otros lugares. Los resultados no cambiaban y a punto estuve de abandonar. Pero
una tarde la caña se movió y al tirar de ella descubrí un torso femenino que
guardé en un punto ciego del cobertizo. Al otro día prendieron en la caña unas
extremidades sanas y tersas. Emocionado seguí probando suerte en aquel estanque
oculto a los ojos de mi familia. La cabeza fue mi mayor logro, era perfecta,
con una espesa cabellera cobriza y unos ojos ambarinos llenos de vida.
Completé el puzle.
Creo que padre sospecha algo.
Me ha prohibido visitar el estanque y, cuando le pregunto por el extraño color
ambarino de los ojos que comparto con la tía Celeste, antes de contestar que es
por genética, le tiembla la barbilla, como le ocurre cuando no sabe qué decir.
Este microrrelato llegó a las deliberaciones finales en el concurso mensual, mes de diciembre, en La Microbiblioteca, para leer resto de selleccionados, pinchad aquí
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