La vieja Reme era eterna. No
acumulaba tiempo ni arrugas, sino vivencias y emociones. En torno a su hamaca
desgranaba consejos, aliviaba penas, relataba vivencias que semejaban mentiras y
mentiras que parecían de verdad. En su nívea melena anidaban exóticas aves que
traían a sus oídos secretos de otros lugares, noticias sorprendentes y fórmulas
de brebajes que alargaban su vida. Iban y venían conforme sus ciclos
migratorios, pero el último invierno fue especialmente crudo, ningún ave anidó
en su pelo, tan solo un negro cuervo rondó su casa. La encontraron cubierta de
escarcha, con su melena cercenada. Alguien musitó, mientras la amortajaba, que
uno no se muere cuando debe sino cuando puede.
Gran relato, Yolanda. Me ha gustado mucho el retrato de la vieja Reme y su hogareña cabellera.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias, Alfonso. Agradezco y valoro tu opinión.
EliminarSaludos,