Desde
que Raimundo el campanero enfermase el sonido de las campanas ya no era el
mismo. Pareciera que de pronto también ellas hubiesen enfermado y sonaban
lentas, perezosas, y con un deje de tristeza que mermaba el buen ánimo del
pueblo. Se hablaba poco, y cuando se hacía, era con palabras espinosas como
espuelas. Las comadres quemaban los guisos y mal remendaban las ropa, y las
bestias, nerviosas, desobedecían las órdenes de sus amos.
Por
eso el día que llamaron a concejo nadie acudió. El alcalde ordenó al alguacil
ir casa por casa reclutando personal para poner a punto las piedras movidas de
la plaza, para limpiar de hierbajos y brozas las cunetas y para encauzar el río
que, después de las últimas lluvias, se había desbordado.
Todos
se disculparon y excusaron: que si andaban con la siembra…, que si tenían los
huesos doloridos... De nada sirvió mencionar la abundante merienda de escabeche
y vino que vendría después.
Pero,
de pronto, las campanas empezaron a tañer llamando con el lenguaje de siempre a
todo el pueblo. En el tercer toque Raimundo cerró los ojos, su último
pensamiento estuvo lleno de pesadumbre: ¿quién tocaría para llamar a su
funeral?
Resultó ganador el relato "el concejo del año" y el segundo puesto fue para "un recuerdo". Podéis leerlos textos pinchando aquí