
Se
mira en el espejo del armario. El vestido ha perdido brillo y el velo no se
sujeta bien sobre su pelo suelto, pero sonríe satisfecha. Consulta el reloj.
Pasan unos minutos y el timbre no ha sonado. Su pulso se acelera,
la impaciencia la empuja a moverse deprisa por la habitación. Abajo en la
cocina, se oyen ruidos. Su madre faena
recogiendo los cacharros del desayuno, los pasos de su hija resuenan en la planta superior. Echa un vistazo al calendario: quince de mayo, como cada año
desde hace diez, en esa fecha, su hija espera. Y desespera.
Un micro que con una prosa sencilla, muy bien elegida, hinca el diente en una historia muy dura, Yolanda. La decepción eterna y repetida, la ilusión que renace para morir. Duro, tal como he dicho.
ResponderEliminarGran trabajo.
Un abrazo,
Describes bien la decepción y la imposibilidad de salir de ella. La angustia y la amargura que eso produce.
ResponderEliminarBesos
Pobrecilla. Diez años de espera. Quien sabe, si vendrá. En fin, triste relato.
ResponderEliminarYolanda, creo que una situación como esta debe ser muy dura, quedarse plantado ante el altar y con vestido... no sé no se lo deseo a nadie.
ResponderEliminarEstupendo el relato, que con gran sencillez logra herir sensibilidades.
Un abrazo.
Su madre, abajo, representa la imagen de la realidad, del pasado que recuerda. Triste historia capaz de emborronar la lucidez de la protagonista (y la de cualquiera).
ResponderEliminarUn abrazo, Yolanda.
Gracias por pasaros y comentar.
ResponderEliminar;) abrazos.
Presento mis respetos.
ResponderEliminarLas ilusiones alargan en unos casos la vida y en otros la muerte.
Un abrazo fuerte.