Portada realizada por: Rosana Largo.
Dentro de esta maravillosa portada tengo la suerte de compartir espacio con 28 escritoras de gran valía. Otra alegría de las que dan las letras. Dejo aquí mi aportación a la antología con el relato "Fuera de lugar". Mi agradecimiento a la coordinadora del proyecto Celia Corral Cañas y a José Ignacio García por su Cuentenario en el que este libro tiene su hueco.
Este relato es una de mis pocas incursiones fuera del formato más breve, el microrrelato, en el que suelo moverme. Espero que os guste
Os dejo aquí la lista de autoras:
"FUERA DE LUGAR"
La
perfumería del Mercadona no es el mejor escenario para sucesos transcendentales,
tal vez por eso, al encontrarnos, ella se quedó con una barra de labios
congelada en la mano y yo no llegué a la estantería de los after shaves.
Habían
pasado mil vidas desde el instituto. Dos mil desde la ESO y otras tantas desde el
internado.
Ahora
es rubia. Rubia de cejas morenas. Y su cuerpo ha cambiado tanto que no sé cómo
he podido reconocerla. Miento. Lo sé. La mirada es la misma. Solo ella es capaz
de mirarme con tanta hondura desde sus pupilas azules.
Tenemos
que decir algo o este tiempo de silencio amenaza con dejarnos congelados en la
sección de perfumería para siempre. Si estuviéramos en una película, se nos
caería algo al suelo y al recogerlo y levantarnos nuestras caras quedarían
pegadas y ¿quién sabe?, tal vez la escena se cerrase con un beso de esos que
rompen cualquier hielo.
Pero
no estamos en una película.
Estamos
en el súper y afuera espera Sara con los gemelos. Seguro que ya está
impaciente. Rodrigo es muy comilón y se acerca la hora de la cena, lo cual le
tiene aún más irascible. Y Rubén, siempre a la sombra de su hermano, imitará
todo lo que él haga, así que le hará los coros. Sara me reprochará haber
tardado demasiado. Ella conoce todos los tiempos. Sabe cuánto se tarda en todas
y cada una de las tareas. De casa a la oficina, diez minutos si llevo el coche,
quince en el bus, treinta si voy caminando, si tardo un poco más lo disculpará
si he parado a comprar el pan. Muchas veces le digo que me he encontrado algún
conocido para justificar esos minutos de más.
Hoy
lo haré.
Le
diré que me he encontrado con alguien, preferiblemente alguien que ella no
conozca, para que no pueda desmontar mi coartada.
Sí.
También es experta en desmontar coartadas.
Antes
no era así. Antes el trabajo ocupaba casi el cien por cien de sus pensamientos.
Y el que le quedaba libre lo empleaba en planear viajes, veladas románticas o
en sorprenderme con ropa interior de escándalo.
Antes.
¿Antes
de qué?
Antes
de que la despidieran. Era tan brillante. No había caso que se le resistiera.
Pero debió renunciar al puesto que casi arruina al bufete. Lo correcto no es siempre
lo más recomendable y se metió en un caso políticamente incorrecto desoyendo
las recomendaciones de sus jefes.
Después vino lo otro. Las comidas sin control.
La bollería. Las horas de más en la cama. Los quilos.
Yo
siempre estuve ahí. Y entre los dos volvió a ser la que era.
O
no.
Volvió
a su peso.
Volvió
a leer. A ver series. Al gimnasio. A escuchar música.
Pero
no volvió a buscar trabajo.
Se
apuntó a Pilates. Y empezó a leer revistas de bricolaje, jardinería y
decoración.
Compró
un acuario gigante, en el que diminutos peces salpican de color la entrada de
la casa. Tenemos también montones de macetas, algunas con plantas que antes no
había visto, florecen cada una en un tiempo. Así que a nuestra vida no le falta
color. Cambió también el de las paredes, no queda ni una blanca y en la
habitación de invitados puso una cortina infantil que compró en Ikea llena de
mariposas y pájaros. De colores.
Y
dejó de tomar la píldora.
Yo
consentí.
Parecía
feliz. Otra vez feliz, por fin.
Y
un día llegué a casa y me recibió con un Predictor con dos rayitas de color
rosa. Empezaron “los días bebé”. Así los llamaba en mi cabeza. A los cuatro
meses tuve que añadir una ese. Los días bebés.
La
apoyé en todo momento. Compartí información sobre desarrollo fetal, le puse la
crema antiestrías, le masajeaba los pies. Consultamos interminables listas de
nombres para niños.
Hice
un máster sobre gemelos. Sé todo sobre ellos. Por ejemplo, que la mejor manera
de distinguirlos es por el ombligo porque es casi imposible que cicatricen
igual. Aunque en toda la información que recopilé, no había ningún apartado en el
que informasen de los cambios en la pareja. En ninguno de ellos explicaban que
la madre iba a convertirse en un apéndice de los niños ajena a todo lo demás.
Ya
éramos una familia. Se nos suponía felices.
¿Lo
éramos?
Con
los bebés llegó su depresión post parto. Le ocurre a más del diez por ciento de
las mujeres. Hay terapia para ellas. Para mí no se planteó ninguna. Me
acostumbré a ir al trabajo sin dormir, y ella empezó a preguntar por qué llegaba
tan tarde, aunque llegaba a la misma hora.
Mi
tiempo libre es de ella.
Por
fortuna los niños van creciendo. Casi no se desvelan ninguna noche. La
depresión pasó.
Las
cosas cambian.
Pero
nosotros no somos los mismos.
Ya
no recuerdo las veladas románticas. La ropa interior sexy. Las risas.
Y
ahora estoy en la sección de perfumería del Mercadona donde debo comprar dos
paquetes de pañales talla cuatro y un after shave natural, mi piel ha cambiado
y algunos me dan alergia, Sara no lo sabe, ella sabe qué tipo de cremas debe
comprar para el cuidado de los niños, pero no sabe que mi piel es ahora
sensible a ciertos productos. Pañales y after shave, me repito. Si llego tarde
y sin esas dos cosas tendré que dar aún más explicaciones. Sobre todo, por los
pañales. No pasará nada si no me afeito, pero los bebés no pueden estar sin
pañales.
Sé
que el tiempo sigue avanzando en el reloj, pese a que en esta sección todo está
congelado. Las colonias, los desodorantes, los cepillos de dientes, todo perfectamente
alineado, todo ocupando el sitio que debe.
Pero
yo no. Yo no estoy en mi sitio. Ni María. María con su melena rubia y su mirada
azul. Con ese cuerpo lleno de curvas, tampoco está en su sitio.
Y
nada cae al suelo. Todo ocupa su lugar. No hay nada que nos obligue a acercarnos.
Si fuésemos una escena de una película, seríamos una mala escena.
Son
malos tiempos para el cine romántico.
Si
nos agacháramos los dos a la vez, la distancia de seguridad impediría que
nuestros rostros se rozasen y no pasaría nada diferente a lo que pasa ahora que
estamos de pie.
Es
María quien mueve la escena. Que sorpresa, Roberto, dice sin usar signos de
admiración. Lo dice así: que sorpresa. Sin tilde en la e del que. Y se para. Ni
siquiera utiliza unos puntos suspensivos, ella que tantas cosas dejó en
suspenso cuando se fue. Yo le digo que parece otra persona, y enseguida me
arrepiento. Pues claro que parece otra persona. Como no va a parecer otra
persona si la última vez que la vi se llamaba Mario y tenía barba.
Me
regala una mirada cargada de intenciones. Enrojezco. La sección de perfumería
parece más viva. Aunque todo sigue en su sitio nosotros seguimos fuera de él.
—Me
operé. Afirma.
—Estás
perfecta.
—Perdí
tu número. Suelto de repente. Y sin saber por qué pienso en Sara esperando
afuera con los gemelos, mirando el reloj, contando los minutos. Seguro que me
estoy pasando más de diez. O quizás sea sólo uno. Cuando estás en medio de una
escena así, el tiempo pasa de manera diferente. Los relojes no saben cómo
contar este tiempo. Mario-María me pregunta qué fue de mí. Qué fue de mí. Con
tilde en la e del que. Cómo si ya no estuviera. Cómo si se lo estuviera
preguntando a otro. ¿Qué fue de Roberto? ¿Se casó? ¿Tuvo hijos? ¿Es feliz?
—Me
casé.
—Tengo
dos hijos, Rodrigo y Rubén.
Rodrigo
porque le gustaba a Sara y Rubén porque me gustaba a mí. Es curioso, los dos empiezan
por erre. Sí, dos añitos ya. Ya llevan pañales de la talla cuatro, por eso
estoy en esta sección, para comprarlos. Por eso y porque necesito un after shave
para pieles sensibles, sí ahora tengo la piel sensible, las cosas cambian, ¿te
acuerdas cuándo lo compartíamos en el internado? Recuerdo que usabas uno con
alcohol, ahora no podríamos compartirlo. Por lo de la sensibilidad de mi piel,
ya sabes. Eso me lo callo, toda esta
conversación tiene solo lugar en mi cabeza.
María
atrapa el tiempo que nos queda y se lanza:
—
¿Eres feliz?
La
pregunta me pilla por sorpresa.
Una
señora anónima con mascarilla de colores y exceso de peso viene a rescatarme.
Que si puede pasar, quiere coger una laca de uñas y estamos en medio. Su
volumen hace que la distancia de seguridad no sea suficiente.
Mario-María
no llegará a saber si soy feliz. La respuesta se queda suspendida en el hueco
que le hacemos a la señora de la mascarilla arcoíris y cuerpo imponente. Me
quedo mirando las piernas de la mujer, creo que su apariencia denota una “elefantitis”
creo que se llama, pero no estoy seguro.
La
escena se rompe con la melodía de “Walk of life” saliendo de mi teléfono, la
pantalla se ilumina con la foto de Sara y los gemelos de fondo, es una foto de
cuando nacieron los niños, debo cambiarla ya –pienso-, la mente va muy deprisa,
es curioso la de cosas que pasan por la cabeza en un instante.
Me
sonrojo pensando en que él-ella habrá recordado la canción.
Los
Dire Straits eran nuestro grupo favorito. Y esa canción la que más
escuchábamos.
—Tengo
que irme.
Mario-María,
perfora con su mirada azul las palabras que acabo de decir.
La
frase cae fulminada a nuestros pies. Porque hace más de diez años que no nos
veíamos. Porque la última vez que nos vimos Mario se iba y para despedirse me
dio un beso, y no era el beso que un amigo le da al otro. Y pese al tipo de
beso, en lugar de apartarme le correspondí.
Le
correspondí y salí corriendo.
Y
le quité de mis contactos. Y le bloqueé en las redes sociales.
Alguien
rodea a Mario-María por la espalda.
Me
fijo en el paquete que el recién llegado lleva en la mano. Son galletas con
trazas de chocolate. A María le encantaban cuando era Mario, las compartíamos
cuando veíamos alguna peli o escuchábamos música. Veo que le siguen gustando.
Hay
cosas que no cambian.
—
¡Cariño, las encontré! Anuncia la boca del dueño de las manos que rodean la
cintura de María.
Ella
se aparta.
—Es
Roberto, ¿le recuerdas?
El
tipo me mira de arriba abajo.
—Roberto…
alarga los puntos suspensivos y aprovecho para inspeccionarlo yo también.
Encuentro algo familiar en él. Lejanamente
familiar. La mascarilla entorpece la inspección. La mascarilla y el tiempo. No
nos reconocemos.
Hay
cosas que si cambian.
Es
María quien tiene que desvelar las identidades.
—Es Manuel, dice mirándome. Del colegio ¿no te
acuerdas?
De
pronto todo vuelve.
Los
cromos de la liga a los que tuve que renunciar. Los cuadernos rotos. Las
meriendas confiscadas.
Y
contesto que sí, que lo recuerdo. Manuel, el que siempre me lo quitaba todo.
Pero esa respuesta está sólo en mi cabeza, y en lugar de eso digo:
—Ah
sí, Manu ¡Cuánto tiempo!
Y
me despido deprisa, porque por megafonía anuncian que van a cerrar y tengo que
comprar dos paquetes de pañales de la talla cuatro, dos, porque tengo dos
hijos. Y un after shave natural porque hay cosas que cambian y ahora el alcohol
de los after me da alergia.
Me
voy pensando en que tal vez debo decirle a Sara lo de la alergia y que el
médico me recomendó una analítica, porque cuando empezó también me sentía
agotado y que ya se sabe que los médicos si buscan encuentran y que no tengo
buenas noticias, que el diagnóstico no es bueno.
Pero
se lo diré más adelante, porque los gemelos aún son muy pequeños y la necesitan
al cien por cien.
Ya
estoy en la caja, me doy cuenta que he cogido pañales de la talla tres y un
after shave con alcohol y es demasiado tarde para volver. Porque están
cerrando, porque me encontraría otra vez con Ellos y porque Sara se impacientaría aún más.
“Estimados
clientes, en breves instantes procedemos al cierre del centro. Gracias por su
visita”
La voz de la megafonía consigue relajarme. Es tan equilibrada, tan centrada, que hace que parezca que todo está en su sitio.
Roberto olvido su derecho a ser feliz….
ResponderEliminarMuy bueno.. como todo lo que escribes.. engancha 😘
Muchas gracias por acercarte y comentar, misterioso anónimo.
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